29.10.09

Carne Viva

Niní lee los últimos versos de la noche, esos escritos con el fuego de su casa en Río Grande. Diana la mira desde el centro, sus ojos serenos de sorpresa, de haberse topado con las pupilas rectangulares de una cabrita joven en el monte del Delta. Irene apaga el ventilador de las páginas de su mano, de esa pared con que abrió la lectura: Evita vive. Niní lee los últimos versos de la noche, el cuento de ese sobre excedido por la puntilla, una carta de simientes que le manda la gemela del sueño. Irene marcial, de airado rojo y negro, descansa en la escucha del poema dedicado, aplaude cuando termina el oficio. Diana en el centro, mira hacia delante: una platea atenta como ellas. Algo sucede en el chiste de esta noche de brujas. ¿Moreira que se cuela en una imagen de la que sólo se divisan las hilachas negras de un poncho anudado en el brazo que termina en facón? ¿El muro se levanta entre nosotros y sucede sus grafittis como fotogramas de la película de lo que no entendemos? ¿Es el pelo blanco de la poeta en el monte, una imagen que también se escapa, como los animales de un corral equivocado saltando la tranquera que divide el escenario del patio de butacas?


De Buenos Aires a Río Grande, de la distancia de los años, o lo que puede medirse como el espacio entre las columnas de una construcción de escritura única, el edificio comunitario que se levanta con la poesía de las históricas, las nuevas. Eso que sucede a la Carne, a veces, es presente constante. Está escrito.



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