Hay casas que son muchas casas, están en esos edificios con patio interior al que miran todas las ventanas. En Buenos Aires he visto un par, en uno de esos vive mi amiga Tamara. Es un lugar elegante y por eso llama la atención la ausencia total de privacidad. Más raro es que todos se ven pero nadie interactúa. Tamara y yo nos sentamos en su living a tomar el te, por ejemplo, y por la ventana se ven las ventanas de enfrente; nos acercamos un poco más y vemos las de arriba y las de abajo. Todas están llenas, siempre pasa algo. Hay una chica que practica el violín cada tarde y hace un ademán tembleque cuando arranca que, según Tamara, es falso. Hay dos viejas entongadas que juegan cartas y comen masitas. Hay un chico que estudia acodado en la ventana y Tamara dice que si tuviera quince años más le saltaría encima. Hay una jaula con un pájaro al que una nena alimenta con salchicha. Tamara no sabe los nombres de nadie. Cree que la nena se llama Violeta porque su hijo Pablo la mencionó el otro día: “Violeta es disexual” le dijo. “¿Quién es Violeta?”, preguntó Tamara. Él le dijo que la del 4–k. Cada tanto voy a visitar a Tamara. Ella fuma y habla de lo de siempre: de su divorcio (...) La ciudad de la furia, Diario Crítica.
1 comentario:
cómo me gustaría que margarita me leyera sus historias, margarita está linda la mar... qué bonita. Buscaré Crítica sólo por ella, je. Juan Pablo.
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