Carne Argentina adora la poesía. Carne siempre invita a poetas y, sin querer, casi siempre son mujeres; no siempre, sólo casi. A Javier Adúriz queríamos invitarlo hace mucho, casi desde que la Carne es Carne, por esas cuestiones, recién ahora tocó el turno de verlo llegar medido, silencioso, a esperar el turno para subirse al mínimo escenario que montamos en La Tribu.
Como en una Carta Natal, el tránsito de Saturno es inapelable y dice contundente cuándo es momento y cuándo no. No se puede sembrar cualquier semilla en cualquier estación y, en lo ordinario, nosotros y ustedes creemos que las cosas son cuando se nos antoja. Pues no. Saturninamente no.
La prueba del eclesiastés fue la visita de Adúriz a la Carne: una temporada en que los astros se alinearon para hacer de ése, un momento pródigo de siembras varias. La poesía de Adúriz es honda y hermosa, está llena de humor y de nostalgia por la amistad de los años mozos, nostalgia por las rodillas peladas y exaltación del que acompaña. Pero la poesía de Adúriz, en el torrente extraodinariamente generoso de su decir, es una fiesta. La visita de Javier Adúriz fue una fiesta.
Y el público cárnico supo apreciar, como Saturno, que no importa el tiempo que se tarde, que cuando es tiempo es tiempo y esa es la oportunidad esplendorosa.
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