Ok amigos ¿a que hora voy? ¿hay escabio? Estas fueron las primeras palabras que recibimos de Carlos Busqued cuando lo invitamos a leer al ciclo. Un mail minimalista que nos dejó medio desencajados. ¿Y este tipo, qué onda?
Imaginativos y prejuiciosos nos inventamos a un Bukowski made in Chaco, que caía al bar de La Tribu con la barra de amigos desaforados que hacen rancho aparte.
La noche de la lectura vimos entrar a Busqued, paso cansino, silencioso, al salón semi poblado de La Tribu. El oso Busqued. Un grandote vestido de negro y con lentes de leer. Pisándole los talones, llegó Miguel Angel Molfino, otro escritor chaqueño, que tuvimos el placer de conocer y tener en el ciclo en diciembre de 2009.
Con Molfino llevamos compartido asado, picada y vino, la confianza de largas charlas y una promesa de viaje a sus pagos. Gracias a Molfino llegamos a Carlos. El oso Busqued.
La noche fue tan deliciosa como desbandada, los intervalos se estiraron, como siempre las ganas de salir a fumar, continuar la charla, saludar a un conocido. Así que Carlos cerró las lecturas a poco de la medianoche. Cuando le avisamos que le había llegado el turno, se acercó amable, tímido, con su porrón de cerveza a medio tomar. El público y nosotros disfrutamos sus instantáneas, relatos mínimos, en donde se cruzaban meditaciones científicas, escenas futuristas y contundentes pinceladas domésticas.
El tiempo, como en la TV, es tirano. Tras los aplausos finales, el público rajaba para ganarle horas al sueño. Justo cuando nosotros empezábamos a relajarnos. Nos hubiese gustado sentarnos con Busqued. Compartir unas cervezas, saber de él, contarle de nosotros. Pero, como siempre, la noche se hizo corta.
Los amigos de Rosa Molesta nos alimentaron con pizzas caseras y con Molfino, en pancho ritmo de provincia, la seguimos hasta que los puchos se terminaron. C´est fini. Entonces nos levantamos cargados de bolsas, cables, luces y silla; dejamos la tribu y salimos a la ciudad.
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