17.5.12

Gabriela Mistral

Corderito mío, suavidad callada,/mi pecho es tu gruta, de musgo afelpada./ Me olvidé de todo y de mí no siento/más que el pecho vivo con que te sustento.

Era muy chico y mi mamá me acunaba con los poemas de Gabriela Mistral. Desde la edición de los premios Nobel, de papel biblia, me leía esos versos que me fascinaban por lo hermosos, por lo anticuados, por lo luminosos, por lo culpógenos, por lo preciosos. Yo vivía la poesía como un lenguaje íntimo y como algo de valor doble: la maravilla y la vergüenza. Esa delicia que venía desde la voz humedecida de mi madre era una calidez que también me incomodaba: ¿cómo contarle a los amigos que Chile venía a mí por su pluma máxima y que esa intensidad femenil me la traía mi madre? Imposible. Hoy tengo menos vergüenza frente a la poesía aunque sigue siendo un idioma privado. La voz más cierta con la que se le habla al mundo tal vez. El fin. Mucho más que los relatos, la poesía, para mí –y hablo de Gabriela Mistral como de una voz de mi familia- es la verdad última de la fricción de los humanos contra el planeta azul en su derrotero por el firmamento. Por eso queríamos hace mucho tenerla en Carne Argentina y para traer su candor en la dimensión justa, y lejos de cualquier manierismo, invitamos a nuestro amigo Damián Vives que, estamos seguros, nos va a ayudar a escucharla como la primera vez.

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