Otra de las razones por la que nos gusta hacer el ciclo es que recibimos un público tan groso que merece el mejor menú. El amigo Fernando Mendez, habitué de carne argentina, tiene la costumbre de devolvernos unas crónicas preciosas de las lecturas. Esta es la que nos mandó a propósito de la noche del jueves 23 de mayo. ¡Gracias!
LAS EXCÉNTRICAS
Decidí pecar.
Pues no menos que eso es intentar una (muy breve) crónica de lo sucedido/vivido en la Colección Otoño 2013 de Carne Argentina cuando la primera intérprete es María Moreno.
La presentación estuvo a cargo de Julián López, un poco más corta que otras veces, pero siempre con sus palabras justas y, sobre todo, con su poética habitual.
El texto de María Moreno a propósito de la muerte de Adelaida Gigli en 2010 y la posterior lectura de algún texto de la escritora fueron un claro ejemplo de la (terrible) realidad, sin medias tintas ni revisionismo económico, de lo que les sigue sucediendo (el tiempo verbal es el necesario) a los desaparecidos.
Palabras de María Moreno: Adelaida no decía “todos los desaparecidos son mis hijos”. La ausencia de Lorenzo Ismael y María Adelaida hace astillas el símbolo, descree de la ley, no hay memoria que se transmita “de memoria” y de generación en generación, no se inscribe en la historia sino que se lleva en la carne hasta el propio fin; como si Adelaida no quisiera nada de la lengua en que se dio la orden de secuestro, se administró la tortura, se renovó la injuria sobre los cuerpos supliciados y se planeó el “traslado” seguido de muerte.
Luego Vanina Escales siguió con Salvadora Medina Onrubia, anarquista y feminista, cuya vida, y obra, han sido eficazmente olvidadas por la historia escrita por hombres. Más importante para el recuerdo fue su marido, obvio.
Pues no menos que eso es intentar una (muy breve) crónica de lo sucedido/vivido en la Colección Otoño 2013 de Carne Argentina cuando la primera intérprete es María Moreno.
La presentación estuvo a cargo de Julián López, un poco más corta que otras veces, pero siempre con sus palabras justas y, sobre todo, con su poética habitual.
El texto de María Moreno a propósito de la muerte de Adelaida Gigli en 2010 y la posterior lectura de algún texto de la escritora fueron un claro ejemplo de la (terrible) realidad, sin medias tintas ni revisionismo económico, de lo que les sigue sucediendo (el tiempo verbal es el necesario) a los desaparecidos.
Palabras de María Moreno: Adelaida no decía “todos los desaparecidos son mis hijos”. La ausencia de Lorenzo Ismael y María Adelaida hace astillas el símbolo, descree de la ley, no hay memoria que se transmita “de memoria” y de generación en generación, no se inscribe en la historia sino que se lleva en la carne hasta el propio fin; como si Adelaida no quisiera nada de la lengua en que se dio la orden de secuestro, se administró la tortura, se renovó la injuria sobre los cuerpos supliciados y se planeó el “traslado” seguido de muerte.
Luego Vanina Escales siguió con Salvadora Medina Onrubia, anarquista y feminista, cuya vida, y obra, han sido eficazmente olvidadas por la historia escrita por hombres. Más importante para el recuerdo fue su marido, obvio.
Palabras de Salvadora Onrubia (desde la cárcel): Señor
general Uriburu, yo sé sufrir. Sé sufrir con serenidad y con inteligencia. Y
desde ya lo autorizo que se ensañe conmigo si eso le hace sentirse más general
y más presidente. Entre todas esas cosas defectuosas y subversivas en que yo
creo, hay una que se llama karma, no es un explosivo, es una ley cíclica. Esta
creencia me hace ver el momento por que pasa mi país como una cosa inevitable,
fatal, pero necesaria para despertar en los argentinos un sentido de moral
cívica dormido en ello. Y en cuanto a mi encierro: es una prueba espiritual más
y no la más dura de las que mi destino es una larga cadena. Soporto con todo mi
valor la mayor injuria y la mayor vergüenza con que puede azotarse a una mujer
pura y me siento por ello como ennoblecida y dignificada. Soy, en este momento,
como un símbolo de mi Patria. Soy en mi carne la Argentina misma.
Intervalo fumador, inevitable.
Con Emma de la Barra, especie de George Sand argentina,
autora del primer best-seller argentino, la novela Stella hizo su aparición.
Rescatada del olvido por la colección Las Antiguas de la Editorial Buena Vista, la recordó y leyó Mariana Docampo.
Gran best-seller de la época (más de uno la envidiaría hoy en día), a pesar del significado negativo constante de la expresión para el ámbito literario, tuvo que publicar su novela bajo un seudónimo masculino, César Duayen.
Luego de escuchar a Mariana Docampo daban ganas de salir, a esa hora de la noche, a buscar una biografía de Emma de la Barra y, si no existía, comenzar a escribirla.
Rescatada del olvido por la colección Las Antiguas de la Editorial Buena Vista, la recordó y leyó Mariana Docampo.
Gran best-seller de la época (más de uno la envidiaría hoy en día), a pesar del significado negativo constante de la expresión para el ámbito literario, tuvo que publicar su novela bajo un seudónimo masculino, César Duayen.
Luego de escuchar a Mariana Docampo daban ganas de salir, a esa hora de la noche, a buscar una biografía de Emma de la Barra y, si no existía, comenzar a escribirla.
Como nos tiene acostumbrados el Ciclo Carne Argentina, luego
de tanta carne, el postre, con su frutilla. Hugo Salas habló y leyó a Victoria
Ocampo.
Contó cómo llegó a ella, sus prejuicios (los de la Academia, cuándo no), su atracción. Contó y leyó anécdotas, algunas graciosas (por ejemplo cuando vio en un noticiero cinematográfico a las fans de The Beatles en Londres) y otras no tanto (las “cosas de mujeres” que no se hablan delante de los hombres; por supuesto Victoria Ocampo se rebeló).
Victoria Ocampo fue una mujer que cometió muchos “errores”: ser feminista, ser rica, ser culta, se generosa, ser antiperonista, y varios ser más.
Pero también tuvo miedos. Comparto con ella el miedo a los truenos.
Creo que todos los que escuchamos a Hugo Salas esperamos con ansias su novela que la tiene a Victoria como protagonista.
Contó cómo llegó a ella, sus prejuicios (los de la Academia, cuándo no), su atracción. Contó y leyó anécdotas, algunas graciosas (por ejemplo cuando vio en un noticiero cinematográfico a las fans de The Beatles en Londres) y otras no tanto (las “cosas de mujeres” que no se hablan delante de los hombres; por supuesto Victoria Ocampo se rebeló).
Victoria Ocampo fue una mujer que cometió muchos “errores”: ser feminista, ser rica, ser culta, se generosa, ser antiperonista, y varios ser más.
Pero también tuvo miedos. Comparto con ella el miedo a los truenos.
Creo que todos los que escuchamos a Hugo Salas esperamos con ansias su novela que la tiene a Victoria como protagonista.
Las cuatro escritoras se han visto inmersas en la historia
(intelectual, política, artística) del país, pero han sabido escapar a la
generalidad.
No las sentí descentradas, sino excéntricas. No intento un juego de palabras. En todo caso, excéntricas o descentradas, lo cierto es que han sido mujeres que supieron ver, y actuar, más allá de los “centros” que marca el “deber ser” social. Las circunferencias son inaccesibles porque los centros son diversos.
El “sillón de los escritores”, intervenido por la artista María José Algueró, con fieltro color rojo, que emula la sangre, justo para el comienzo con Adelaida Gigli y sus desaparecidos, estaba lleno de mariposas, símbolo de la libertad, y de corazones.
Los corazones eran del color negro de la sangre coagulada, quizás sangre agotada de fluir en cuerpos de vidas tan intensas.
No las sentí descentradas, sino excéntricas. No intento un juego de palabras. En todo caso, excéntricas o descentradas, lo cierto es que han sido mujeres que supieron ver, y actuar, más allá de los “centros” que marca el “deber ser” social. Las circunferencias son inaccesibles porque los centros son diversos.
El “sillón de los escritores”, intervenido por la artista María José Algueró, con fieltro color rojo, que emula la sangre, justo para el comienzo con Adelaida Gigli y sus desaparecidos, estaba lleno de mariposas, símbolo de la libertad, y de corazones.
Los corazones eran del color negro de la sangre coagulada, quizás sangre agotada de fluir en cuerpos de vidas tan intensas.
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