20.5.09

Crónica 2.- Lo que pasa mientras

Días después de la ya cronicada situación de los cacos y el tiro loco Javier, el cana que apareció a plomazo limpio para delicia de la dulce niñita sedienta de seguridad almagrense, (evento del que es preciso señalar que uno de nosotros quedó en la línea de fuego mientras las otr@s guarecían su femineidad en el hall de un edificio), se nos hizo la noche. Llegó la fecha de la lectura y hacia el atardecer nos apersonamos en el bar de La Tribu cargando toda una ingeniería miserable con la que armamos nuestra escena. Cada uno birla de su casa un alargador, o un triple, o esa toallita de la abuela que queda divina como mantelito para poner sobre la mesa de los libros, o la purpurina del marido travesti con que untamos la banqueta donde van a sentarse los escritores invitados. Armar las lecturas es una pesadilla, una alegría escolar que siempre está al borde de convertirse en el infierno de reclamos e histerias mutuos: antes de este proyecto todos éramos amigos, ahora nos acostumbramos a esta especie de matrimonio mixto en el que cada uno soporta la neura del otro porque se sabe terrateniente de la propia. Empezamos la tarea con cara de orto: siempre hay que cambiar los planes sobre la marcha porque al alargue que tenemos le faltan unos centímetros para llegar y ya nos gastamos los 27 australes de que disponíamos y la concha de la lora todo a último momento. Ya caídos del borde del horario queda todo listo y mandamos a la asistente a sentarse en la sillita escenográfica para probar que las luces no electrocuten a los invitados, ponemos gesto de régisseurs y le decimos ¡ay estás divina! para amortiguar su cara de susto ante la probabilidad de convertirse en una centella argentina iluminando la oscuridad de esta tribu. Bastante más tarde de la hora del convite llegan los primeros escuchantes y entremezclados llegan Teresa y Hebe y Iosi y Cristian. Ahí empezamos a relajar un poco el gesto pero ahora corremos para que las luces y el sonido, para que todo sea amable y las palabras invitadas puedan soltar su lengua propia. Es invariable: la noche para nosotros termina barriendo toda neurastenia y nos encuentra brindando, planeando novedades y no te digo que moqueando pero mucho más cerca de La banda del Golden Rockett de lo confesable.

14.5.09

Recortes de la noche

Un fragmento del capítulo 29 de la novela Opendoor, de Iosi Havilio, leído en la última noche de Carne.
[...]
Hay noches que me tiro en el pasto boca arriba y el cielo me deja tonta. Es una sensación que se prolonga por unos minutos y que después se deshace a fuerza de distracción o porque se vuelve triste. En un segundo, voy y vengo, de esa suerte de asombro en estado puro a una especie de introspección complicada. Son cosas que pasan más en el campo que en la ciudad, cosas que le pasan a la gente de la ciudad cuando está en el campo. Jaime se había ido a dormir temprano, no se sentía muy bien. Yo estaba en esto de mirar el cielo cuando apareció Eloisa de sorpresa. Me asustó un poco. Dijo que venía a buscarme para ir a dar una vuelta. Por supuesto que ni le mencioné el episodio del establo, aunque no podía sacármelo de la cabeza por nada del mundo. A pesar de la lluvia de los últimos días, había llegado un calor desubicado con mosquitos y todo. Estábamos en la galería y Eloisa trataba de convencerme de tomar prestada la pick up por un par de horas. -No se va a enterar, si nadie le cuenta no tiene por qué enterarse –dice. –Es una locura –digo yo, por decir algo. Pero no para, insiste, me irrita, se pone en adolescente caprichosa. Son las doce menos cuarto y el aire alrededor no corre, está estancado, como un nubarrón bajo, rasante, plagado de luciérnagas y grillos sincronizados en un contrapunto matemático, un segundo justo separa la chispa de unas del chirrido de los otros. No, le digo. No y dejáte de joder. Quiero hacerle entender las razones pero es imposible: –Si escucha el ruido del motor le va a dar un ataque –digo. –Dále –dice–. Vamos a divertirnos un rato y volvemos, no tiene nada de malo. Eloisa se queda en silencio, mirándome con cara de perro bueno, y sus últimas palabras rebotan en mi cabeza con dulzura. Dále: repiten sus ojos. Y esa mirada que me hipnotiza, me hace sentir un pedazo de clavo en un campo imantado, ojos furiosos, de nena perversa. Eso es, un perro bueno con ojos furiosos. Todo cambia en una fracción de segundo, esa frase tan corta y simple, Vamos a divertirnos un rato, me recorre el cuerpo como una droga potente, se trasforma en lógica pura, en deber. Es así, medio tonto, las cosas revelan su otro lado, su costado inminente. Como esta pendeja que apareció en el momento justo, esta pendeja bruta, hermosa, elemental, que sólo pienso en tocar, tocar y tocar, y sí, hay que divertirse, vamos a divertirnos un rato y volvemos. –Vamos –digo y entre las dos se nos ocurre una idea brillante para no despertar a Jaime. Hay que empujar la camioneta hasta la tranquera y ahí prendemos el motor.

11.5.09

La última noche

Aquí va una de las crónicas que Hebe Uhart nos leyó en la presentación de la Colección Otoño y que hizo bramar a la nutrida concurrencia. ¡A leer y disfrutar!

La coordinación Una vez me llamaron los de la comisión organizadora de la feria del libro para que coordinara una mesa de escritores con tema ya fijado ; Literatura urbana y rural . La invitación para coordinar venía en un papel con membrete de la “Comisión permanente para la organización de la feria del libro, del autor al lector “. Era una gran distinción pero tenía mis dudas; no sabía nada sobre ese tema, no sé coordinar y entre los escritores estaba el padre Mamerto Menapache, que habla por radio y recorre todas las provincias en su misión evangelizadora. El quiere destruir el estereotipo del cura retrógrado y anticuado, para ello copia el lenguaje de los chicos , dice “ Cristo te requiere” o “ Cuando estás en una pálida “y a veces usa el lenguaje campero ,cuentos con animales como por ejemplo el del loro que no quería compartir, y todos los cuentos son con moraleja. Arma además una ensalada con todo eso y con palabras como paranoia , identidad. Para mí es un camaleón barullero que vende un montón de libros, con una voz que tiene tufo a encierro y tapujos. Ojalá que no venga – pensé. Pero aparte, nunca pude coordinar a nadie; si dos personas que están conmigo discuten o se emperran en sus respectivas posiciones, inmediatamente invento una tercera alternativa para quedar bien con las dos : yo sé mediar, no coordinar. No soy capaz de parar a nadie, no puedo mirar el reloj para hacerle ver al otro que es tarde porque no uso reloj, y si alguien me indica algo, lo cumplo. Estábamos reunidos en una salita de la Feria del libro y había bastante gente. A mi derecha estaba sentada una escritora de mucha edad que leía un cuento larguísimo, hacía grandes silencios porque se perdía en texto, su voz era como de convaleciente o más bien como de haber vivido sola en una cueva mucho tiempo, sin hablar con nadie. Yo estaba por ofrecerme para leérselo, pero una letra que entendía ella, la hoja estaba llena de tachaduras. Por otra parte pensé: "Si le saco el papel se va a quedar más vencida de lo que está y por ahí se descompone de tristeza en la mesa redonda". El escritor que estaba a mi izquierda, un hombre con ansias de figuración, me dijo : -Cortala, decile que lo termine oralmente. Le dije suavemente que lo cuente en forma oral. Al minuto, el de la izquierda me tocó el hombro: -Cortala . Es peor hablando que leyendo. Por suerte la cortó una mujer sentada al lado de ella, que escribía cuentos camperos. Era uno de esos cuentos en que galopa el alazán, cantan las aves mañaneras y los peones toman mate en el fogón. Todo era como debía ser. En un momento ella dijo : -Porque el campo lo siente el que lo tiene y lo ha recibido de sus abuelos. La que se armó. Se levantó una señora del público , furiosa, y dijo: -¿ Usted cree que solo los terratenientes pueden querer al campo y escribir sobre él? Explíquese mejor . La miraba con cara de pegarle un tiro si no se explicaba mejor. La escritora arregló como pudo, pero ya la gente estaba agitada. No sé cómo fuimos a parar a la campaña del desierto, de ahí al reparto de tierras mal hecho durante el siglo pasado y a la matanza de los indios. Después alguien recordó que el gaucho y el indio son dos cosas distintas, y otro salió con que tenían mucha relación. Ya a esa altura yo había perdido toda intención de coordinar y los miraba como quien mira una película, hasta llegué a desear que viniera el padre Mamerto Menapache para que contara algún cuento del loro soltero o del tatú sotreta, para que unificara a toda esa gente y así yo no tenía más responsabilidad. Pensaba que nunca debí aceptar esa distinción, pero fríamente, sin echarme culpas. Desde la otra ala del público un hombre dijo: -Hasta ahora hemos hablado del campo bonaerense, pero ¿ se olvidan de las provincias? San Luis también existe. (Se levantaron tres para mostrar que eran de San Luis.) -Acá estamos los escritores de las provincias, pero la capital, ese monstruo macrocefálico se come todo. Por suerte a esa altura ya no peleaban, era como si cada uno quisiera expresar su ira, pero en solitario. Todo iba para cualquier lado cuando se levantó el escritor de la Pampa, y habló de la sequía y de que La Pampa también existe. Para calmar los ánimos se me ocurrió decir algo amistoso y halagador . Recité: “ Y La Pampa es un verde pañuelo colgado del cielo, tendido hacia el sol “ Me miró con torva mirada y con voz de dómine que se dirige al más estúpido de sus alumnos y me dijo: -Pero esa es la pampa húmeda, la pampa seca tiene el cardón. Le dije: -Claro. Claro. Y mientras él se explayaba sobre el cardón y su mitología yo recordaba una poesía obscena que conocíamos a los doce años sobre la pampa y el cardón. Desde esa vez, nunca más me llamaron de la feria del libro para coordinar, ni para nada .