"No pude soportar la traducción" o "es una traducción preciosa" son comentarios que solemos hacer los lectores, la mayoría sin haber leído el original como para achacar los defectos de la obra a su traductor o ensalzarle sus virtudes. Pero es cierto que las malas traducciones son insoportables y que una traducción (buena o mala) es siempre una reescritura. Y que cuando hay un buen escritor que hace la traducción todos leemos con más confianza.
Esta temporada inauguramos una nueva sección en Carne Argentina: la del traductor leyendo fragmentos de sus traducciones. Pero además contándonos un poco cómo es la experiencia de traducir, por qué traduce las obras que traduce... en algunos casos será simplemente porque es un trabajo pago ["Voy traduciendo sin haber leído nada de la novela, o sea que la traducción es una especie de lectura mediante la cual me voy interesando en la trama que generalmente es infinitamente tonta. (...) Como en mí es muy rígido este sistema de no leer antes, porque de lo contrario me aburro tremendamente, se vuelve una aventura extraña porque a veces suprimo un capítulo entero sin leerlo", César Aira]... en otros, la alegría de traducir suele convertirse en pesar, como dice Fabio Morábito en una nota publicada por la revista Ñ, en noviembre de 2010,
"siempre me han molestado los libros de poemas en edición bilingüe, sobre todo los que llevan el texto original a un costado (...) donde los originales se interponen como gendarmes entre un poema y otro, arrojando sobre la traducción una sombra de sospecha, parecida a la de un reo en libertad condicional. Por eso, pese a la cantidad estratosférica de traducciones que existen, seguimos traduciendo con pesar y no con alegría, como quien aplica una prótesis, un remedio extremo a un mal incurable, y no con la emoción de una segunda chance, de un recomienzo".
El jueves 7 de abril vamos a ver qué le pasa a nuestr@ invitad@ cuando se pone a traducir.
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