1.7.10

Albertina Carri

Una de las secuencias más impactantes que recuerdo, de una de las películas más hermosas que pude ver, tiene la indolencia y el descaro que sólo puede permitirse un hijo de puta. Alguien que tiene una certeza profunda de algo que ni siquiera estoy seguro que comprenda. Alguien que no necesita llenar a su obra de intenciones líricas, porque eso sucede naturalmente a su propio impulso: Petra llora sus amargas lágrimas por la liviandad del amor de Karin, en una escena larguísima en la que el puto de Rainer Werner parece haberse olvidado la cámara tirada en el piso, rodando el desconsuelo, el vestido dorado y el peinado delirante de los 70, más el vaso de whisky y la secreta vigilia de Sidonie en la intimidad del cuarto de la Von Kant. Después de él, muchos intentaron ese fabuloso cross de mandíbula y, con mucha suerte, alguno logró imponer la moda del kitsch en la pantalla grande. Como el alemán, muy pocos. Para la primera lectura de este año habíamos hablado con Albertina Carri, era la primera vez que invitábamos a una realizadora de películas para que nos viniera a leer. Le pedimos un texto que diera cuenta de su actividad, la propuesta era –es, de hecho- abrir el espacio a nuevos relatos que ensanchen la idea de ficción, la idea sobre lo que se escribe y puede ser leído. Estábamos seguros de que podía funcionar una especie de bitácora de escenas, con ppp, chonflex, picada ascendente, travelling y toda la constelación de palabras con las que nombran los cineastas. Esa primera vez no pudo ser: a Albertina le salió un viaje muy lejos para dar un curso y nos quedamos con las ganas. Intentamos reemplazarla pero uno de los directores convocados para eso atendió su celular desde la sala de parto en la que acababa de ser padre y otro se iba a Cannes a presentar su película y a recibir (aunque eso todavía él no podía saberlo) un premio de las manos nada menos que de otra preferidísima: Claire Denis.
Recién para esta segunda lectura, para la presentación de nuestra Colección Invierno, pudimos hacerlo. Lo que no sabíamos era que Albertina iba a escribir algo ad hoc, especialmente pensado para ser leído en el escenario de la Carne. Lo que tampoco sabíamos era que su lectura iba a ser un momento tremendo y poderoso de la noche, que no iba a tener ninguna de las palabras sugestivas que garpan, que hacen rendir la particularidad, que agregan esa porquería que es la onda. Ni sabíamos que el relato iba a empezar por la desacralización de su trabajo como directora y que iba a terminar con el cuento de un film (qué elegante suena film, ¿no?) en el que su cámara está tirada en el piso, y no por indolencia, sino porque en ese mismo momento está ocurriendo algo trascendente que le parte el cuerpo y la deja en otro sitio de la vida. Lo de Carri, a nosotros nos dejó un buco en el plexo y una verdadera contentura de agradecimiento. Albertina nos dio mucho, mucho más de lo que soñábamos cuando nos aventuramos a importunarla con nuestra insistencia.

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