8.7.10

Diego Meret

Che, ahí viene Meret, dice Seba y se desprende de la reunión de fumadores que chupa frío y humo en la vereda de La Tribu, y saluda al muchacho de campera que llega sonriendo con timidez. Tardamos en caer que es nuestro invitado. Habíamos visto alguna foto en la que Diego parecía más grande, como de dentro de cinco o seis años. Saludamos, nos disculpamos, alguien menciona lo de la foto, él vuelve a sonreir y lo reconocemos enseguida como al autor de En la pausa, a ese narrador que es él mismo, en su historia con el mismo nombre y apellido puesto que es una autobiografía. Me alegra que reconozcamos a un escritor por haberlo leído y disfrutado antes que por una fotografía. A veces me da la impresión, triste y pobre, de que los autores de esta generación son más rápidamente identificables por su imagen que por su obra. La obra de Meret es pequeña, simple y clara como el muchacho con el que empezamos a charlar y que nos cae inmediata e irremediablemente bien. Una obra que recién comienza y que empezó por donde creo que hay que empezar: por la escritura y no por las relaciones sociales. Más tarde, cuando Meret lea algunos fragmentos del libro, pasajes que lo ponen en el asiento trasero del fitito de su madre, o leyendo un libraco enorme en la sala de su casa, o bajándose de un micro en un pueblo correntino para reencontrar a su padre, o blandiendo una espada luminosa en el consultorio de la psicopedagoga, o enredado en las ropas de mujer con que lo viste su hermana mayor, autoinmolándose en la humillación de sus parientes varones, su voz será a veces firme, a veces temblorosa, hacia el final un hilo, solo un hilo, pero delgado y fuerte como la tela de una araña en la que todos caemos como moscas, atrapados por su relato.

2 comentarios:

aquiles dijo...

Fue una de las pocas lecturas en las que agradeci estar. Meret fue impecable.

staff dijo...

Gracias, Aquiles. Nosotros coincidimos y tener ahí a Merte nos hizo muy felices. hasta la próxima.