26.8.09

Carlos Moreira

[...] Mire, volviendo a lo nuestro, señor. A todos los voluntarios, a todos los que se nos ocurrió la infausta idea de trabajar para la comunidad, porque tenemos una poderosa vocación en ese sentido, siempre se nos atribuye un pasado de sinsabores. Es una leyenda que consiste en haber sobrevivido a una gran catástrofe personal. preferentemente de índole amorosa, para luego entregar nuestro destino a una causa humanitaria, si no redentora, sí desinteresada. Lo piensan todos. No sé de dónde surgió la ocurrencia. Siempre, hay alguno al que, por ejemplo, ayudándolo a huir de su habitación en llamas, piensa de mí "¡pobre solterón!"... mientras, a duras penas, lo acarreo sobre mis espaldas... Bienvenida la inmensa fortuna de no estar a la espera de agradecimientos y retribuciones. Yo no lo estoy. Creo que el verdadero amor por el otro es práctico. Uno lo cumple y luego se marcha, retoma el camino sin la fantasía de que un sentimental chistido a nuestras espaldas es inminente, y que nos será devuelto con creces lo que habíamos dado hace un instante. [...]
El pueblo de los ratones, editorial Paradiso.